El “lado oscuro” del liberalismo

El liberalismo es conocido mayoritariamente como la tradición de pensamiento que centra su preocupación en la libertad del individuo. Nuestra percepción lo asocia por tanto a democracia, a libertad, a tolerancia, a apertura… valores todos ellos claramente positivos. Sin embargo en qué medida dicha visión se debe a la propia autolegitimación del liberalismo o bien responde a hechos reales e históricos? Domenico Losurdo nos adentra de lleno en la historia del liberalismo justamente para desenmascarar su lado más oscuro y contribuir a que tengamos una imagen más ajustada a la realidad.

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Entre 600 y 800 personas se agolpaban en un mismo barco, encadenados de piés y manos…

Entre 600 y 800 personas se agolpaban en un mismo barco, encadenados de piés y manos…

 

Losurdo detalla por ejemplo como en pleno siglo XVII los burgueses ilustrados y tolerantes, liberales, se lanzaron de lleno a la expansión colonial en la que el comercio esclavista adquirió una papel fundamental. En un trabajo tan exhaustivo como preciso nos recuerda que si bien los holandeses dirigieron el primer comercio serio de esclavos para garantizar la mano de obra necesaria en las plantaciones de caña de azúcar, ya en 1675 dejaron definitivamente paso al dominio inglés ejercido a través de la Royal African Company. El apunte es especialmente ilustrativo cuando constatamos que John Locke, uno de los padres fundadores del liberalismo, si bien por un lado denunciaba la esclavitud política que suponía vivir en una monarquía absolutista, por el otro tenía sólidas inversiones en el comercio de esclavos como buen accionista de la citada Royal African Company. El listado de contradicciones perfectamente documentadas es exhaustivo y abarca la evolución del liberalismo durante los siglos siguientes por ejemplo cuando señala, ya en pleno siglo XIX como otro referente del liberalismo, John Stuart Mill que aunque era contrario de entrada a la esclavitud argumenta como ésta puede ser lícita para quien “asume la tarea de educar a las tribus salvajes”, es decir como medio necesario para conducirlas al mundo del trabajo y “hacerlas útiles para la civilización y el progreso “. De acuerdo a una especie de dictadura pedagógica transitoria, Stuart Mill justifica así el despostismo occidental en las colonias respecto a las “razas” aún en “minoría de edad” que deben ser obligadas a mantener una obediencia absoluta para que puedan ser conducidas hacia la vía del progreso. Las referencias legitimadoras a situaciones de dominación y barbarie son pues habituales a lo largo de la historia por parte de los principales exponentes del liberalismo: Thomas Paine en plena guerra contra la metrópoli considera Inglaterra “la potencia bárbara e infernal que ha incitado a los indios y los negros a destruirnos” o de manera análoga, la propia Declaración de Independencia estadounidense reprocha a Jorge III, Rey de Inglaterra, el hecho de haber fomentado revueltas dentro de sus fronteras de los esclavos negros y de haber tratado de instigar a los habitantes de sus fronteras “los indios despiadados y salvajes, la forma de guerrear de los cuales, como es sabido, es la masacre indiscriminada sin distinción de edad, sexo o condición”. Otro mito del liberalismo como Benjamin Franklin menciona en su “Autobiografía” que “si forma parte de los designios de la Providencia destruir estos salvajes con el fin de dar espacios a los cultivadores de la tierra, me parece probable que el ron sea el instrumento más apropiado”.

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La lista de contradicciones entre hechos y discursos es larguísima pero el objetivo de Losurdo no es elaborar un memorial de agravios sino conducirnos hasta el presente para cuestionarnos si en la actualidad el liberalismo mantiene o no el mismo tipo de contradicciones. No en vano el pensamiento liberal ha llegado hasta nuestros días insistiendo en la necesidad de la competencia entre individuos en el ámbito del mercado, con el objetivo de lograr el desarrollo de la riqueza social y de las fuerzas productivas. Pero el mercado no se ha desarrollado al margen de grandes contradicciones, conflictos y tensiones que poco tienen con ver con la libre competencia. Lejos de ser el lugar donde todos los individuos se encuentran libremente como vendedores o compradores de mercancías, tal y como podemos constatar en toda la argumentación de Losurdo, durante siglos el mercado ha funcionado como un espacio de exclusión, de deshumanización y hasta de terror. Sin ir más lejos el número de muertos producidos por el sistema esclavista que tanto hizo para configurar el orden económico actual, supera las bajas de las dos grandes guerras mundiales. Y es que conviene recordar que durante siglos hombres y mujeres negros han servido de pura mercancía, pero también siervos blancos eran adquiridos por contrato “en el mercado”. En nombre del mercado han sido reprimidas coaliciones obreras y negados derechos sociales básicos de manera brutal siempre, eso sí, con la legimitación liberal del respeto a las reglas del mercado libre. Losurdo evidencia tanto el hecho de que el culto liberal al mercado ha servido para ocultar y/o legitimar enormes tragedias que han permitido la configuración de las relaciones de poder económico y político actuales como que si el liberalismo ha acabado aceptando la inclusión de negros, trabajadores, trabajadoras o derechos sociales básicos en su propio marco conceptual no ha sido tanto producto de su apertura sino como consecuencia de convulsas luchas sociales y políticas a menudo con dramáticas consecuencias para sus defensores.

 

Aunque sea por respeto a los millones de víctimas del liberalismo como ideología de dominación, de esclavitud, de deportación o de aniquilación de pueblos enteros el libro propone una contrahistoria del liberalismo que sirva para preguntarse si el liberalismo en la actualidad ha superado estas contradicciones o bien sigue instalado en una creencia naif (o malévola) de la libre competencia. ¿Hasta qué punto pues ha desaparecido completamente esta dialéctica según la cual el liberalismo ha sido una ideología de dominio o incluso de la guerra? La aportación brillante de Losurdo es una invitación al conocimiento real de la tradición liberal. No está planteada por tanto contra el liberalismo, al que reconoce también muchos méritos, sino más bien contra una historia del liberalismo que esconde sus contradicciones, o incluso legitima sus atrocidades, contra una visión actual edulcorada y coloreada de su “lado más oscuro”.

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